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Fuimos en domingo mi pareja, mi niño de dos años y yo, como última alternativa después de haber llamado a unos 5 o 6 restaurantes, que estaban completos. Ahora entiendo por qué éste no.
Importante dato, dado el camarero altivo y lleno de prejuicios que no atendió, decir que ese día me equivoqué de calzado y me presenté con uno bastante desgastado, camiseta, vaqueros y pelo largo. No puedo ya dudar que esta imagen sirvió para que el camarero nos condenara desde el minuto uno a sufrir la actitud consecuencia de sus fantasmas mentales. Así, en el inicio nos encontramos un camarero que nos hablaba con desgana, prácticamente balbuceando las sugerencias, de las que no entendimos ni el 30%, tratándonos como si fuéramos unos pobretones analfabetos (lo cual seguiría sin ser óbice para el trato recibido).
Pero el verdadero problema llegó a raíz de la guarnición del lomo alto. En la carta se indicaba que lo acompañaban unas “patatas a lo pobre”, pero en su lugar nos encontramos unas patatas cortadas en cuadrado, sin más, como las que debieran ser destinadas a una ración de bravas. Haciéndoselo ver, nos dice que es que este plato debiera haber ido a otra mesa, pero que nos lo habían puesto por error. “No hay problema, traiga usted las patatas a parte y solucionado”. Nos trae unas patatas, de nuevo cortadas en cuadrados, con un poco de ajo y perejil. Entonces yo le digo que no me parece que esas sean tampoco al estilo indicado…
Y aquí empieza el apocalipsis. Alzando la voz (de repente y por primera vez podíamos entender cada palabra de lo que decía), para sorpresa de toda la sala, nos empieza a decir que así se hacen aquí, que si no tenemos ni idea de lo que pedimos, que él no va a discutir por unas patatas. Intento contestar, pero nos corta de manera altiva y condescendiente. Ante lo rápido que va creciendo la intensidad del conflicto, le pido una hoja de reclamaciones, a ver si eso sí lo escucha. “Pues primero pagáis, que aquí habéis venido a intentar comer de gratis”. Demasiado para mí. Me levanto y voy directo a la barra con la tarjeta en la mano. Cóbreme ahora mismo y hágame el favor de darme la hoja de reclamaciones”, le digo a su compañera en la barra. Y ahora ya viene el verdadero energúmeno: se me encara, quedando su cara a dos centímetros de la mía y me empieza a decir que en qué trabajo, que no me sé comportar. ¿Habla de saber estar alguien que se encara con un cliente que en ningún momento le ha faltado al respeto? Pues mire usted, señor: Durante muchos años he sido camarero y ni como trabajador, ni como cliente he visto un comportamiento así en la vida. Actualmente soy cartero de correos y profesor de batería, así que de trato al público algo entiendo…
Decir que el resto de trabajadores me trataron con mucho respeto y que toda mi indignación va dirigida hacia este ser. Lo malo que es negocio familiar, por lo que parece que es un lastre del que no van a poder librarse con facilidad.
En resumen, una experiencia denigrante que nos dejó una sensación de impotencia y que nos amargó el día.